Una madre de 70 años sorprendió a sus hijos al revelar que vendía su casa y se trasladaba a un hogar para ancianos. Pero en realidad, no era a una residencia a donde había planeado mudarse.
La vida de Edith y su marido Teodoro giraba en torno a sus hijos. Habían tenido a sus bebés en sus últimos años de fertilidad, y se convirtieron en el tipo de padres que haría todo lo posible por ver una sonrisa en la cara de sus retoños. Naturalmente, a sus hijos Leo y Adela nunca les faltó nada.
Sin embargo, cuando crecieron y les tocó cuidar de sus padres, actuaron como si sus mayores no fueran más que una carga.
“¡Mamá, deja de molestarme todo el tiempo!”, le gritó Adela a Edith cuando ella la llamó un día. “¡Ahora tengo una familia! Y estoy embarazada. No tengo tiempo para tus estúpidas charlas”.
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“Pero cariño, solo quería preguntarte cómo les va a ti y a José. No quería…”.
“¿De verdad, mamá? ¡Deja de mostrar tu falsa simpatía todo el tiempo! ¡No nos habrías dejado vivir en este apartamento de una sola habitación si te preocuparas por nosotros! Tú y papá tienen un terreno con dos casas, y en vez de invitarnos ahí tienen una alquilada y viven solos en la más grande. ¡Nunca nos ofrecieron vivienda!”.
“Nunca la pediste, Adela. Supuse que no querías vivir con nosotros. De hecho, ¡tú eras la que estaba tan ansiosa por mudarse!”.
“Eso fue cuando era estudiante, mamá. Ahora tengo que cuidar a mis hijos, y José y yo tenemos problemas, ¡así que me gustaría mudarme! ¿Estás contenta ahora? Lo he pedido claramente”.
“Bueno, cariño…”, Edith hizo una pausa. No estaba segura de si invitar a Adela y a su marido sería bueno, porque sabía lo intensa que era su hija. Una vez que ella y José encontraran la casa cómoda, se quedarían y nunca se irían.
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Sin embargo, Edith estaba preocupada por su segundo nieto, que nacería dentro de unos meses, así que pensó que, aunque Adela fuera un poco exigente y malcriada, no le supondría demasiadas molestias.
“De acuerdo, Adela”, dijo. “No me molesta si quieres mudarte aquí”.
“Gracias. Hablaré con José esta noche y te haré saber cuándo nos mudaremos”, respondió ella y colgó.
Más tarde, Edith habló de lo sucedido con Teodoro, y este se alegró de que Adela fuera a vivir con ellos ahora. Le aseguró que todo estaría bien y que podrían pasar más tiempo con sus nietos.
“No te preocupes, cariño. Las cosas irán bien”, le aseguró.
Sin embargo, Edith tenía el presentimiento de que no todo iría bien. Y tenía razón.
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Dos meses después de que Adela y José se mudaran, Teodoro falleció debido a un ataque al corazón. Edith fue a despertarlo una mañana y descubrió que había muerto mientras dormía. Lloró desconsoladamente, pero nada cambió. Teodoro se había ido y ella tendría que seguir adelante.
Tras el fallecimiento de su marido, Edith se sintió muy sola, y Adela y José hicieron poco por animarla. Estaban demasiado preocupados por su propia vida como para preguntarle si estaba bien o si necesitaba algo. Entonces, su hijo Leo la llamó, y aunque no le preguntó por su salud ni por nada más, sí le expresó que la echaba de menos.
“Bueno, mamá”, dijo. “Natasha y yo estamos planeando casarnos el mes que viene. Sus parientes son de la India y tienen muchas ganas de conocerte. Y hasta yo te echo de menos, mamá. ¿Puedes sacar algo de tiempo para nosotros este fin de semana?”.
Edith seguía llorando la muerte de Teodoro, pero accedió a la petición de Leo para hacerle feliz. El encuentro entre las dos familias fue estupendo y se organizó su boda en el opulento salón donde Leo trabajaba. Sin embargo, un mes después de su boda, él hizo una extraña petición a su madre.
“Hola, mamá”, le dijo en una llamada. “¿Te acuerdas que me dijiste que los inquilinos de la casa más pequeña se mudaban? Bueno, Natasha y yo nos preguntábamos si podríamos instalarnos allí. Ya sabes, para estar más cerca de ti y de Adela y sus niños…”.
“¿Por qué de repente aceptas un traslado, Leo? Creía que te gustaba tu sitio de trabajo”.
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“Ay, mamá”, dudó Leo. “Teníamos algunos planes en mente. Natasha quería montar un negocio, y en cuanto a mi trabajo…”
“Verás, Leo…” Edith iba a decir algo cuando oyó que Natasha callaba a Leo por teléfono. Resultó que lo habían despedido de su trabajo, y por eso pensaban volver.
La convivencia de Edith con Adela y José no estaba funcionando, así que hubiera querido rechazar la petición de Leo. Sin embargo, una tarde volvió a casa a buscar su billetera y escuchó una conversación alarmante entre sus hijos.” Bueno, pero mamá no es la misma desde que murió papá”, decía Leo. “No será difícil conseguir el certificado de incapacidad. Así podremos vender estas casas deprimentes y empezar de nuevo”. “¿Y qué haremos con ella?”, preguntó Adela. “Con la vida que lleva no le será una gran diferencia mudarse a una residencia para la tercera edad. Las hay muy económicas…”.
Adela no lo podía creer. ¿Planeaban deshacerse sin más de ella? Tenía el corazón roto, pero era una mujer fuerte y tomó una decisión: si la querían fuera de su vida, así sería. Pero en sus propios términos. Una noche, al finalizar una cena familiar en la casa principal, pidió silencio: tenía un anuncio para hacerles.
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“Muy bien, chicos”, dijo. “Ya es hora de que aprendan a valerse por ustedes mismos. Dado que ya he hecho mi parte, les anuncio que he decidido vender las casas y mudarme a una residencia donde me cuidarán hasta que Dios me llame a su lado. Estoy al tanto de lo que planeaban hacer conmigo y con las casas, así que, he tomado mi decisión”.
Leo se rio. “Oh, vamos, mamá, ¿de qué hablas? Estamos bien aquí. Además, si quieres irte a una residencia no hace falta vender las casas, las hay económicas…”.
Edith lo fulminó con la mirada. “¡Disculpa! ¿Quién eres tú para decidir eso? Las casas me pertenecen y yo decido lo que hago con ellas. Adela y José también se mudarán.
“Pero mamá”, replicó Adela. “¿Cómo puedes decirnos simplemente que nos vayamos? No tenemos a dónde ir, ¡y tengo dos niños pequeños conmigo!”.
“Bueno, las casas ya están vendidas. Tienen un mes para buscar otra cosa. No los desampararé, les dejaré algo de dinero para alquilar unos meses y para que puedan montar un negocio familiar”.
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Los hermanos se quedaron sin palabras. Se retiraron mudos de las mesas, seguramente para hablar con sus cónyuges sobre lo que acababa de pasar.
Los compradores de las casas pagaron una buena cantidad por ellas. Sin embargo, Edith no se fue a un asilo con el dinero. En su lugar, compró un apartamento frente al mar en una nueva ciudad donde vivía su amiga Marta.
Después de que Edith le contara cómo se estaban comportando Adela y Leo, Marta le había sugerido que se mudara a su ciudad. Edith pensó era una buena idea, así que hizo lo que su amiga le había sugerido.
Tras trasladarse a su nuevo hogar, Edith se divirtió con Marta. Revivieron sus buenos tiempos, viendo películas y yendo de compras. Edith añoraba a Teodoro y veía poco a sus nietos, pero ahora que estaba lejos de sus hijos tóxicos, se sentía más feliz y relajada.
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¿Qué podemos aprender de esta historia?
- Deja de tratar a tus padres como si no importaran: Los hijos de Edith se aprovecharon de ella, así que les dio una lección que nunca olvidarían.
- No malinterpretes la generosidad de alguien como un signo de debilidad: Los hijos de Edith no tenían ni idea de que les iban a echar, pero ocurrió y les sorprendió.