Niño mimado insulta a una anciana en la fila del centro comercial, y el karma lo castiga de inmediato – Historia del día

Gustavo creció con muchos privilegios porque su padre, Jaime Buenaventura, era dueño de varios centros comerciales en todo el país. El hombre estaba orgulloso de sus éxitos y siempre quiso que su hijo tuviera lo mejor.

Sin embargo, parecía que él y su esposa lo habían consentido demasiado. De hecho, el chico intimidó varias veces a sus amigos para salirse con la suya. Su padre catalogó las acciones como payasadas de adolescentes. Tenía que haberle prestado más atención.

Joven con morral. | Foto: Pexels

Joven con morral. | Foto: Pexels

Un día, una de las mejores tiendas de su mayor centro comercial anunció una gran venta de algunos de sus mejores artículos. El Sr. Buenaventura sabía que sería una locura con tantos clientes, pero sería fantástico para su empresa.

“Papá, mañana será esa venta, ¿verdad?”, le preguntó Gustavo durante la cena. “Sí, Gus. ¿Quieres comprar algunas cosas? Puedo hacer que mi asistente consiga lo que quieras para que no hagas cola. Va a ser un caos”, contestó Jaime.

Sin embargo, el chico le dijo a su padre que no se preocupara, que se iría con unos amigos. Pensó que sería divertido. A pesar de su respuesta, el exitoso empresario sabía que su hijo no estaría cómodo entre tanta gente común.

Todos en su escuela privada sabían que el padre de Gustavo era una de las personas más ricas de la ciudad y él se deleitaba con el estatus que eso le otorgaba. Había aprendido a controlar a todo el mundo, e incluso los profesores no podían decir nada.

Llegó el día siguiente y el joven se subió a su coche para recoger a sus amigos. Condujeron juntos hasta el centro comercial.

Al llegar, uno de los amigos del chico millonario comentó que había mucha cola, pero Gustavo manifestó que no se preocuparan, que recordaran que su papá era el dueño del centro comercial.

Ese día los compañeros de Gustavo recibieron trato VIP. Caminaron frente a centenas de personas sin importarles que ellos habían estado haciendo cola desde muy temprano para aprovechar las ofertas.

Nadie les había dicho nada. Gus estaba dispuesto a ignorar a los presentes para entrar a la tienda con sus amigos sin tener que esperar como el resto de la gente. Pero de pronto un llamado de atención los frenó.

“¡Oigan, jóvenes!”, dijo una señora mayor. “He estado en la cola durante horas, al igual que cientos de personas. No puedes simplemente entrar como si fueras el dueño del lugar”.

Gustavo se rio con malicia y sus amigos siguieron su ejemplo. “Por supuesto que puedo, vieja, dinosaurio. Mi padre es el dueño de los centros comerciales. ¿Lo conoces? ¿Jaime Buenaventura? Soy su hijo, Gustavo”.

“Eso no importa. Estamos pagando. Somos los clientes”, continuó diciendo la señora. Acto seguido, Gustavo respondió siendo mucho más grosero.

“Señora loca, ¿por qué necesita ropa de esta tienda? ¿La usa para los funerales de sus amigos?, manifestó el joven.

Ropa en oferta. | Foto: Pexels.

Ropa en oferta. | Foto: Pexels.

La anciana y algunas otras personas se quedaron sin palabras ante lo que dijo Gustavo. La seguridad se sorprendió por un segundo, pero dejaron entrar a los chicos porque no querían que los despidieran.

Gustavo era tan engreído que no pudo evitar decirle algo a la dama al salir. “Honestamente, vieja bruja, no hay nada en esta tienda para ti. Vuelve a tejer, abuela. ¡Adiós!”. Se alejó con sus amigos mientras se reía de la gente que seguía esperando en la fila.

Lo que Gustavo no sabía era que el dueño de la tienda de lujo era amigo de su padre. No le gustó ni un poco lo que pasó y se lo contó a Jaime.

Buenaventura no podía creer lo que había hecho su hijo, pero sabía que era verdad. El joven estaba creciendo demasiado mimado y pretencioso para su gusto. Era hora de darle una lección.

“Gus, ven aquí”, dijo Jaime cuando su hijo llegó a casa esa noche después de divertirse con sus amigos. El chico no se imaginó que su padre se había enterado de lo sucedido y procedió a contarle sobre su compra.

Expresó que consiguió cosas buenísimas en la tienda y que le había pasado de maravilla con sus amigos. Al finalizar la conversación, Jaime le pidió una explicación al muchacho, quien intentó desestimar la situación.

Le preguntó a su papá si prefería creer en un extraño más que en su propio hijo, y Buenaventura le respondió diciendo que el dueño de la tienda era un gran amigo suyo.

“¿Creíste que no me enteraría de tu comportamiento? ¿Sabes lo mal que nos dejas a mí y a toda nuestra familia?”, resaltó Buenaventura.

Gustavo se disculpó y le dijo a su padre que no volvería a suceder, pero solo lo hizo para calmar la rabia de su progenitor.

Jaime tomó una decisión que el chico no esperaba. Le notificó a Gustavo que a la mañana siguiente se pondría el uniforme de empleado y trabajaría como vendedor todo el día. Quiso darle una lección para que aprendiera a comportarse con el público como una persona decente.

Gustavo exclamó que no era justo y le pidió disculpa a su papá, jurándole que no volvería a ocurrir. Manifestó que sería una vergüenza hacer lo que él quería y lloró al pensar en el qué dirán.

Ropa. | Foto: Pexels

Ropa. | Foto: Pexels

Su padre solo se limitó a contestarle que debió pensar en eso antes de comportarse como un chico abusivo con derecho a insultar a los clientes. Incluso le dijo que, si escuchaba comentarios negativos sobre su desempeño, lo dejaría trabajando en el centro comercial todo el año.

Después de unas horas trabajando en la tienda, Gustavo estaba furioso con su padre y con todos los que lo rodeaban. Pero no podía demostrarlo o tendría que seguir trabajando allí. Desempeñó el papel de un gran empleado.

Casualmente, la misma señora a la que le había gritado el día anterior estaba en el centro comercial y pasó por la tienda. Vio al chico y le pidió ayuda. No iba a disculparse en un millón de años, pero la ayudó en todo lo que necesitó.

Se enteró de que se llamaba Eleonor Ceballos y que era la esposa de un político de la ciudad. Gustavo se preguntó a sí mismo por qué no usó su influencia para evitar hacer la fila por el ofertazo.

La Sra. Ceballos lo mantuvo ocupado durante lo que parecieron horas. Ella se probó todo y él tuvo que cargar con toda la ropa. Cuando finalmente pareció que había terminado de comprar, él acomodó todo para llevar la mercancía hasta la caja.

“Oh, espere un segundo”, dijo la Sra. Ceballos. “¿Sabes qué? No quiero nada de eso. De hecho, los compré todos ayer. Solo quería verte sudar. ¡Que tengas un buen día, jovencito!

La cabeza de Gustavo casi explotó y la dama salió con una gran sonrisa.

Personas en centro comercial. | Foto: Shutterstock.

Personas en centro comercial. | Foto: Shutterstock.

¿Qué podemos aprender de esta historia?

1. No actúes como un chico con derecho a todo: Gustavo actuó como un bebé mimado y recibió un merecido castigo por ello.

2. El karma no juega: Sé más amable con los demás porque nunca sabes lo que va a pasar en el futuro.

Comparte esta historia con tus amigos. Podría inspirar a las personas a compartir las propias o ayudar a otros.

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