Joaquín Villanueva tenía 32 años cuando su esposa falleció, dejándolo solo para criar a sus mellizos, Daniela y Miguel. Devastado, Joaquín se dedicó a los niños y se aseguró de que no les faltara nada.
Joaquín, un ebanista talentoso, trabajaba día y noche. Sabía que con un solo cheque sería difícil darles a los niños la educación que él y su esposa habían soñado. Toda la vida de Joaquín estuvo centrada en esos niños, pero su dedicación no fue recompensada.
Padre con sus hijos. | Foto: Unsplash
Joaquín sabía que asistir a una buena escuela les abriría las puertas a Daniela y Miguel, motivo por el cual los inscribió en una escuela privada exclusiva. A pesar de que le estaba yendo muy bien, las cuotas escolares le quitaron cada centavo que ganaba.
Los dos niños eran brillantes y estudiosos, y Joaquín estaba orgulloso de verlos en la parte superior de la lista de honores académicos año tras año. Cuando terminaron el bachillerato, sus resultados les garantizaron el ingreso a las mejores universidades.
Los dos hermanos recibieron becas, lo que ayudó mucho, pero había que pagar los gastos de vida y de viaje, y Joaquín trabajó más duro que nunca.
Tener dos hijos en la universidad al mismo tiempo fue una gran carga financiera para este padre, y lo gastó todo en ellos, sin pensar en ahorrar para su futuro o su jubilación. Cuando se graduaron, Joaquín continuó ayudándolos.
Un hombre trabajando. | Foto: Unsplash
Joaquín nunca imaginó que a los 63 años sufriría un derrame cerebral que lo dejaría incapacitado para trabajar, caminar y hablar. Quien fuera un hombre fornido y enérgico ahora estaba atado a una silla de ruedas. Sus manos, una vez hábiles, apenas podían sostener una cuchara.
Sus hijos, ahora exitosos profesionales, se enfrentaron al hecho de que su padre ahora no podía cuidar de sí mismo ni vivir solo. Ninguno de los dos estaba dispuesto a hacerse cargo del cuidado de su padre a tiempo completo, por lo que acordaron compartir la carga.
Joaquín pasaba diez días con Daniela y luego diez días con Miguel. Debido a su condición, Joaquín muchas veces pasaba desapercibido. Terminó convirtiéndose en una sombra de las vidas perfectas de sus hijos.
Daniela estaba disgustada por las manos temblorosas de Joaquín y el goteo ocasional de saliva que le corría por la barbilla. El hombre que la había cuidado y amado se volvió repulsivo para ella, y ella lo resentía.
En cuanto a Miguel, los intentos ansiosos y fallidos de su padre por comunicarse lo irritaban a él y a su esposa. Las cosas llegaron a un punto crítico cuando Miguel se dispuso a celebrar su décimo aniversario de bodas.
Hombre molesto. | Foto: Pixabay
Desafortunadamente para Miguel, su aniversario cayó a la mitad de sus 10 días con su padre, y su esposa se indignó: “Quiero una vida normal, Miguel, y te juro que si no celebramos nuestro aniversario como debe ser, ¡no habrá otro!”
Así que Miguel llamó a su hermana y le rogó que se llevara a su padre, solo por esa noche. “No, Miguel”, gritó Daniela. “¡De ninguna manera! ¡Estos últimos diez días fueron una PESADILLA! ¡Es tu turno, así que aguántate!”
Furioso, Miguel empujó a Joaquín a su coche y se dirigió a la casa de su hermana. Tocó el timbre y golpeó la puerta. “¡Daniela, abre!”, gritó, “¡Vamos! ¡Mi matrimonio está en juego!”
Daniela gritó a través de la puerta firmemente cerrada: “¡También el mío, sin mencionar mi cordura! ¡Es tu turno con papá zombi, así que tú verás cómo haces!”
“¡Pues lo dejaré aquí mismo, Daniela!”, gritó su hermano. “¡Así que será mejor que abras la puerta!”. Miguel entonces empujó la silla de ruedas de su padre más cerca de la puerta, subió a su coche y se marchó.
Hombre en silla de ruedas. | Foto: Shutterstock
Daniela no abrió la puerta. Nunca se le ocurrió que su hermano había dejado a su padre sentado en su porche. Ella habló con su esposo sobre lo malcriado que era su hermano y tomó una buena copa de vino con su cena.
A la mañana siguiente, cuando abrió la puerta principal para irse a trabajar, se sorprendió al encontrar a su padre desplomado en su silla de ruedas. El anciano temblaba de frío y se había hecho sus necesidades encima. Como no podía hablar, ni siquiera había podido pedir ayuda.
Daniela llamó a una ambulancia y Joaquín fue trasladado de urgencia al hospital donde los médicos le dijeron que había estado a punto de morir de exposición. Su ya frágil estado y la fría noche que vivió pusieron su vida en peligro.
Daniela llamó a su hermano. “Miguel, te llamo por papá…”
Miguel gruñó: “Si me estás llamando para quejarte de lo de anoche…”
Mujer con teléfono en mano. | Foto: Pixabay
“Papá está en el hospital, puede que ni sobreviva”, dijo. “Los médicos dicen que pasó la noche afuera. No pensé que realmente lo dejarías allí…”
“Yo… ¡jamás pensé que no abrirías la puerta!”, jadeó Miguel. “Dios mío, Daniela, ¿qué hemos hecho?”
Ese día, los malagradecidos mellizos se sentaron junto a la cama de su padre, mirando su rostro demacrado y pálido. Sostenían sus frágiles manos que tanto habían trabajado para hacer realidad sus sueños. Ellos no aguantaban la vergüenza.
Cuando Joaquín abrió los ojos, vio a sus hijos junto a su cama y, por primera vez en mucho tiempo, había amor en sus ojos. “Papá”, susurró Miguel. “Lo siento mucho. Por favor, perdóname”.
Anciano en silla de ruedas. | Foto: Pixabay
Daniela lloraba: “Lo siento, papá, te mereces algo mejor que esto, mucho mejor. Pero te juro que a partir de ahora todo será diferente”.
Y así fue. Los hermanos se dieron cuenta de cuánto amaban a su padre y cuánto le debían por sus años de sacrificio. Se convirtieron en los hijos más cariñosos y dedicados por el resto de su vida.
¿Qué podemos aprender de esta historia?
- Aquellos a quienes amamos nunca son una carga. Joaquín, que se quedó solo con dos hijos, dio todo para asegurarse de que tuvieran lo mejor de todo. Pero ellos no fueron capaces de hacer lo mismo por él.
- A veces necesitamos acercarnos a perder algo antes de apreciarlo. Lamentablemente, Joaquín casi murió de negligencia para que sus hijos se dieran cuenta de cuánto lo amaban.
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