“Es la tercera vez esta semana que los gatos no me dejan dormir, Clara”, dijo Juan por teléfono. “¡De veras que me están volviendo loco!”.
No me tomé a Juan en serio y comencé a reírme. “¡Ay no! ¿Qué hicieron los pobres gatos esta vez?”.
Gato chillando. | Foto: Shutterstock
“¡Es en serio, Clara!”, dijo Juan con voz firme. “¡Hacen ruido toda la noche! A veces, necesito levantarme y abrirles la puerta. No me puedo concentrar en el trabajo porque no duermo bien”.
“Pero amor, anoche no hicieron ruido. Yo dormí bien”, respondí.
La voz de Juan cambió de repente. Sonaba molesto por la forma en que respondí a su queja. “¿Es en serio, Clara? No me digas que crees que me estoy inventando el problema”.
“Eso no es lo que quería decir, mi amor. Pero déjame ver que puedo hacer. ¿Podemos hablar al respecto cuando lleguemos a casa?”.
“No, Clara, no quiero hablar de esto otra vez. No voy a dejar que los gatos se queden aquí más. Déjalos en casa de tu hermana este fin de semana”, dijo Juan, y colgó el teléfono.
Sentí que algo andaba mal. Juan adora a los gatos, y fue idea de él traerlos a casa. Pero desde la semana pasada, parecía haber comenzado a odiarlos.
Suelo llegar a casa del trabajo bastante tarde, y muy cansada, por lo que no me despierto en medio de la noche. Puede decirse que duermo muy bien. Sin embargo, incluso si estoy profundamente dormida, el menor ruido puede despertarme.
Mujer despierta mientras su marido duerme . | Foto: Shutterstock
Me parecía extraño que los gatos estuvieran molestando a Juan toda la noche, pero que yo no hubiese escuchado nada. Así que la próxima noche, decidí hacer un experimento.
Esperé a que Juan se fuera a dormir. Entonces dejé a los gatos salir del cuarto, bajé el brillo de la pantalla de mi teléfono, y fingí dormir. Estuve despierta en la cama toda la noche, mirando mi teléfono cada 30 minutos para ver si lo que Juan decía sobre los gatos era cierto.
Me quedé despierta hasta las seis de la mañana, pero los gatos nunca entraron a la alcoba. Los oí maullar una sola vez, a las 4:15, pero solo duró unos dos minutos. Fuera de eso, nada. Pero cuando Juan se despertó, contó una historia muy distinta.
“¡Dios mío! No puedo creer que esos gatos sean tan ruidosos”, dijo al salir del cuarto para desayunar. “Todavía estoy tan cansado… no dormí lo suficiente”.
Quedé anonadada. Juan estaba mintiendo. Pero ¿por qué? ¿Por qué odiaba tanto a los gatos? ¿Debería preguntarle?
Antes de que pudiera decirle nada, siguió hablando. “¿Vas a dejarlos en casa de tu hermana esta semana, verdad? Espero poder dormir tranquilo, al menos los fines de semana”.
No sabía cómo reaccionar. Estaba confundida. “Bueno, sí… ya veré”, murmuré, y fui a preparar mi desayuno.
Mujer consternada y hombre con brazos cruzados. | Foto: Shutterstock
“Ya hablamos de eso, Clara. ¿Cómo que ‘ya verás’?”, dijo Juan, molesto por mi respuesta.
“Mi nuevo proyecto es largo y requiere mucho atención, Juan. Puede que no tenga tiempo esta semana, pero lo intentaré”, dije, y seguí comiendo.
En ese punto, Juan comenzó a perder los estribos. “¿Es en serio, Clara? ¿Cómo puedes tomártelo tan a la ligera? Te dije que llevo una semana teniendo problemas, no puedo dormir bien, no puedo ni trabajar”.
Había sido paciente con Juan a pesar de sus mentiras, pero cuando me atacó así, me salí de mis casillas. “Suficiente, Juan. Sé que estás mintiendo sobre los gatos. Me quedé despierta toda la noche, y, ¿sabes qué? Solo maullaron una vez, y solo por dos minutos”.
“¡Guao! Increíble”, dijo Juan sarcásticamente. “No sabía que me estaban espiando en mi propia casa”.
“Eso pasa cuando sigues mintiendo, Juan. Dime ¿cuál es el problema real? ¿Por qué estás mintiendo?”, le pregunté. Pero Juan no dijo nada. Solo se levantó y se fue.
Pareja discutiendo durante el desayuno. | Foto: Shutterstock
Horas después de la acalorada discusión, llamé a Juan para preguntarle si estaba bien. Me preocupaba la forma en la cual había mentido sobre los gatos. Pero no respondió a mis llamadas ni mensajes.
Al principio, pensé que quizás seguía molesto conmigo, y que por eso me estaba ignorando. Pero cuando volví a casa del trabajo, Juan no estaba por ningún lado.
Llamé a su oficina para preguntar si estaba ahí, pero me dijeron que ese día no había ido a trabajar. Ni sus amigos ni sus parientes tenían idea de dónde estaba. Yo me moría de la preocupación.
Decidí ir a la estación de policía y reportarlo como desaparecido. Pero cuando estaba a punto de salir de casa para ir a la estación, recibí una llamada del hospital de la ciudad.
Me dijeron que Juan había sido ingresado involuntariamente. No había intentando suicidarse ni nada parecido, pero había dicho algo preocupante en público. Corrí al hospital y encontré a Juan sentado en un consultorio.
“¿Qué demonios, Juan?”, pregunté furiosa. “¿Cómo puedes ser tan descuidado? No respondiste a una sola llamada o mensaje”. No me importó que el doctor estuviera junto a nosotros, estaba muy perturbada por la forma en que Juan había desaparecido.
Pareja discutiendo con el doctor. | Foto: Shutterstock
“Señora, cálmese”, dijo el doctor. “¿No está feliz de que su marido esté bien?”. “Disculpe por molestarlo, doctor, pero mi esposo y yo necesitamos un momento a solas”, dije, y salí del consultorio con Juan. Me sorprendió lo callado que estaba.
Me calmé y le pregunté nuevamente: “¿Qué pasa, cariño? ¿Qué es lo que estás escondiendo?”.
Juan comenzó a llorar y me contó la razón de sus mentiras. Resulta ser que un día trabajó hasta tarde y dejó abierta su portátil por accidente. Cuando volvió de buscar un poco de café, uno de los gatos pisó la portátil, y envió la presentación equivocada a los inversionistas.
Cuando su jefe se enteró, humilló a Juan frente a todos los demás empleados y amenazó con despedirlo. Así que Juan se inventó toda esta situación para deshacerse de los gatos.
No podía dejar de llorar mientras me confesaba la verdad. Me sentí terrible por haberlo atacado temprano, y le di un abrazo. “Está bien, amor, yo me aseguraré de que los gatos no te vuelvan a molestar”.
Gatito usando puerta felina. | Foto: Shutterstock
Desde ese día en adelante, establecí nuevas reglas para evitar problemas. Instalé puertas felinas por toda la casa, y ya no dejo que nuestros gatos entren al cuarto por las noches.
¿Qué podemos aprender de esta historia?
Cuando hablamos de nuestros problemas con alguien, son más fáciles de resolver. Si Juan hubiese discutido el problema con Clara desde un principio, no habría creado tanto alboroto.
No tiene sentido mentir, pues las mentiras siempre se revelan. La forma en la que Clara se enteró de que Juan estaba mintiendo demuestra esto.
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