Después de dar a luz estaba en una sala de tres camas. Alice tenía su quinto bebé. El bebé nació de forma especial: tenía un labio leporino. La mujer se culpó por ello, porque aceptó tener su quinto embarazo a los 44 años. Estaba avergonzada, pero no se atrevió a abortar. Pero creo que es una nimiedad: hoy en día la tecnología permite corregir fácilmente este defecto. Lo principal es que los padres quieran al niño, y el resto no es nada.
Olivia vino a nosotros por la noche. Tenía un niño prematuro. Estaba muy débil: estaba tumbado en la sala, ni siquiera lo traían para alimentarlo. Pero no lloró, se quedó tumbada mirando a un punto.
– Olivia, pareces muy joven. ¿Qué edad tienes? – pregunté.
– 17…
– ¿De aquí?
– No, del pueblo.
– ¿Solo?
– Sí, rompí aguas, así que fui.
– ¿El padre del bebé sabe que diste a luz?
Silenciado.
Sucedió que el bebé sano me nació a mí, todos los demás tenían algún problema. Mi marido me llamaba todo el tiempo y me preguntaba qué necesitaba. Me visitaba a menudo y les hacía regalos a las niñas. Traía muchos dulces y se los dábamos a las enfermeras. Todas dábamos el pecho, excepto Olivia.
Y todo parecía estar bien, pero me sentía culpable y feliz. Lo sentía por Alice y por Olivia. Aunque no podía hacer nada para ayudar.
Dos días después, Olivia recibió a su hijo por primera vez. Alice y yo le enseñamos a darle de comer, a cambiarle de ropa y a bañarlo. Era muy pequeño. Le di muchas cosas, porque ya me di cuenta de que una niña criará a un niño sin padre. Y compartíamos la comida con ella. Era la única de nuestro pabellón que comía en la cantina, nadie le llevaba nada.
Mis familiares vinieron a darme el alta. Toda la familia vino con globos a buscar a Alice. Olivia fue la única que llamó a un taxi y se fue…