¿Recuerdas los cuentos de la hija de la abuela y la hija del abuelo o del hijo de la abuela y el hijo del abuelo? Pues algo así ocurrió en mi familia. Mi madre nos tenía a dos: a mí, a mi hijo mayor y a mi hija menor. Por alguna razón desde la infancia mi madre no me quería mucho, incluso diría que me despreciaba, pero adoraba a mi hermana. Mi padre me quería con locura y antes de su muerte escribió un testamento de la casa (que sólo le pertenecía a él) para mí. Mi madre y mi hermana se pusieron increíblemente furiosas por haber conseguido la casa y empezaron a sermonearme para que les diera la casa, al fin y al cabo son mujeres, mi hermana estudia y mi madre no trabaja, pero yo me opuse. En fin, después de una discusión, me fui a otra ciudad.
Todo iba bien con mi trabajo, decidí pedir un préstamo para un apartamento, aunque el tipo de interés anual no era pequeño – sin embargo, quería tener un lugar propio.
Y luego hubo problemas en el trabajo, recortes laborales, encontré otro trabajo, pero el sueldo prometía un trabajo mejor. En general, ya no podía pagar el préstamo. Decidí poner en venta el apartamento y volver a casa de mi madre. Cuando llegué, mi madre sonrió.
-Hola, madre. ¿Cómo estás?
-Estoy bien, y ¿cómo te estás instalando? He oído que te has comprado un apartamento. Y que no querías dejarnos la casa. Así de descaradamente lo hiciste con los tuyos.
-Mamá, me compré un apartamento, pero a crédito, y ahora lo estoy vendiendo, porque no hay manera de pagar. Por eso me voy a vivir contigo ahora. Limpia mi habitación, por favor.
-No tengo palabras -dijo mi madre enfadada y se fue a otra habitación.
Decidí entrar en el estudio de mi padre y buscar el escondite del que me había hablado su amigo. Y sí, lo encontré, junto al techo (nunca hubiera pensado que allí se escondiera algo). Resultó que mi padre llevaba un diario y también guardaba unos cuantos miles de rublos. No se lo conté a mi madre; estoy seguro de que mi padre no quería que lo hiciera.